Allá donde vayas
sigue dejando huella, no cambies nunca.
Inalcanzable bondad y justicia,
honestidad y humildad,
mi mayor referencia.
Tu vida fue lucha, soledad y camaradería,
con tu sentido del humor inalterable
hasta en los momentos más duros,
siempre te recordaré
como una persona sencilla y risueña,
como aquel setiembre, que a mi pregunta de cómo estabas,
contestaste con una chispa de humor "tumbado",
como si la vida al fin hubiera podido contigo,
te había "tumbado" de un puñetazo,
que casi te quitó las pocas ganas de vivir que te quedaban.
Y sin embargo seguiste luchando hasta el final,
con la esperanza de volver a los bares,
donde te esperaban tus amigos,
para echar unas cartas y unas risas
amenizadas con unos vinos,
porque la vida no te había dado más que palos,
traicionado cuando la vida te empezaba a sonreír,
echado de tu propio hogar,
que tanto sudor se te había llevado,
dejándote sin ilusiones y sin familia.
Luchador y trabajador como el que más,
era el trabajo tu mayor hobby,
lo único que te enseñaron,
nunca supiste criarnos, pero no te culpo,
pues no conociste el cariño de unos padres,
aún así,
para mí fuiste el mejor padre del mundo,
al final estuviste siempre que lo necesité,
sin reproches, peros, ni malas palabras.
Ya moribundo, en un atisbo de lucidez,
decías haber tenido mala suerte,
muchas veces por haberte querido menos
de lo que los demás te querían.
Te criaron entre los cerdos,
y luego te mandaron cuidar de las vacas tus abuelos,
eran malos tiempos.
Las inclemencias de la vida
forjaron un corazón duro, pero a la vez
sincero, comprensivo y bondadoso.
De pequeño tu primo Ramón fue tu mejor amigo,
disminuido psíquico, tierno y bueno como nadie,
cuando hablabas de él sentía celos
tanto cariño como le tenías.
Allá donde ibas trababas amistades,
de albañil primero, soldador después,
torneos de tute y brisca finalmente,
pasaste los últimos años en tu tierra querida,
que te vio nacer y crecer,
hasta que la necesidad te obligó a volar.
Si existe el cielo,
estoy seguro que allí estarás,
cogiendo truchas a mano en el río del edén,
mariscando en las costas infinitas,
jugando eternamente a las cartas.
No conocí a nadie en el mundo,
que se diera tanto a los demás,
sin pedir nada a cambio,
que tratara de sembrar tanta paz y armonía,
como lo hacías tú.
Dicen que los momentos
a veces son especiales por su brevedad,
pero ojalá no te fueras
tan pronto, demasiado pronto.
Mientras tu luz se apaga,
nos aferramos a tu recuerdo,
tus vaciles, tus sabias palabras,
tú mismo, seguirás en nosotros,
allá donde vayas,
por siempre te querremos,
tus hijos y nietos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puede dejar su comentario, que tratará de ser moderado en los días siguientes. En caso de ser algo importante/urgente, por favor utilicen el formulario de arriba a la derecha para contactar.