14 mar 2023

Encuentro en el ascensor - Breve relato romántico

Era tarde y Juan volvía a casa, agotado tras un duro día de trabajo, cogió el ascensor, deseando encontrarse ya en su sillón, viendo su serie favorita.

Al entrar en el ascensor un aroma le golpeó, con su seductor aroma a almizcle y flores, que no ocultaba un suave aroma femenino de fondo; “mi vecina del quinto ha debido pasar por aquí”, se dijo.

Inmediatamente toda una serie de pensamientos pasaron por su cabeza… llevaba tiempo interesado en ella, pero era demasiado tímido para lanzarse a invitarla a algo; sin embargo siempre le quedaba su imaginación… su mente divagó entre las conversaciones, risas, confesiones inconfesables y otros momentos más picantes que le encantaría pasar con ella.


Tenía pocos vecinos, los pisos se situaban en unos destartalados edificios del extrarradio de la ciudad; poco sabían los unos de los otros, en la ajetreada vida de la ciudad.


Entró en casa, y tirado en el sillón, dejándose llevar por el sonido de fondo de la tele, se quedó profundamente dormido…


  • “¡Socorrooo!!” - Le despertó un grito desesperado, que oía lejano y apagado. - ¡Socorro! - Volvió a escuchar. Se frotó los ojos, todavía era de noche, ¿quíen sería? Se preguntó.

Salió a escuchar a la puerta… vaya… esperó y no se escuchaba nada.

Cuando volvía otra vez adentro, otra vez la llamada de ayuda. Parecía proceder del ascensor.


Se acercó mientras pensaba “mala suerte estropearse de noche, nuestro servicio de mantenimiento sólo atiende por el día…”, y comprobó que se trataba… de la vecina del quinto! Qué oportunidad para quedar como un héroe...

  • ¿Hola? … ¿estás bien!? - Le preguntó interesado.

  • ¡Estoy atrapada! ¡Ayúdame por favor!

  • Poco puedo hacer - afirmó Juan. - Los de mantenimiento no llegan hasta mañana… me temo que tendrás que quedarte a dormir ahí.

  • No puede ser… ¿toda la noche aquí?. tiene que haber alguna forma de salir… el ascensor se ha quedado entre dos pisos… ¿no podrías hacer palanca para abrir la puerta y ayudarme a salir?

Juan comprobó que efectivamente, separando un poco las puertas, podía ver el ascensor casi en su tercer piso, pero no había hueco para salir aunque separase las puertas lo suficiente. Le trasladó las malas noticias a ella.

  • Siento comentarte Ana que no podrías salir aunque separase las puertas. No ha llegado a la altura suficiente.

A Ana se le cayó el mundo encima. Había tenido un día terrible, y esto terminó de rematar su ánimo.

  • No puede ser… lo que me faltaba… justo hoy, ¡este día no podía ser peor! - Y rompió en llanto, un llanto apagado que ya no podía contener, toda la rabia acumulada, todas sus penas empezaron a caer por sus ojos en forma de lágrimas - ¿por qué a mí?

A Juan se le partía el corazón, tenía que hacer algo. “Tal vez si intento acceder por encima…” pensó.

  • ¡Espera un momento! - Dijo mientras corría a su casa a por un algo útil.


Volvió con una cuerda y una linterna. Subió por las escaleras hasta el cuarto piso y localizó el acceso al hueco del ascensor. Después de luchar un poco con la tapa, logró abrirla y apuntó con la linterna hacia abajo. Allí estaba el techo del ascensor, a una distancia que parecía alcanzable.
  • Ana, voy a intentar bajar una cuerda desde arriba del ascensor, quizás puedas agarrarla y trepar para salir por el acceso del cuarto piso.
Ana, aún llorando, asintió y se preparó para lo que vendría. Juan ató la cuerda a una barandilla cercana y la dejó caer hasta el techo del ascensor. Ana logró sujetar la cuerda y, con esfuerzo y la ayuda de Juan, consiguió trepar hasta el cuarto piso. Estaba exhausta y con las manos enrojecidas, pero finalmente había salido de aquel espacio claustrofóbico.
  • ¡Muchas gracias! - dijo Ana, al borde del llanto pero ahora de alivio y gratitud.
Juan la ayudó a levantarse y la acompañó hasta su departamento. Ana le ofreció un té como agradecimiento, y aunque él tenía sueño, no pudo rechazar la invitación.

Una vez en el departamento de Ana, prepararon el té y se sentaron en el sofá. Ambos se encontraban en pijama, con la guardia bajada y más relajados después del susto del ascensor.
  • ¿Estás bien? - preguntó Juan, preocupado por Ana.
  • Sí, gracias a ti. De verdad, no sé qué hubiera hecho sin tu ayuda.
Se miraron a los ojos por un instante, y Juan sintió que algo había cambiado entre ellos. Ya no era solo la vecina atractiva e inalcanzable; ahora había una conexión, un momento compartido en medio de la noche.

Conversaron largo rato, confesándose sus miedos, sus sueños y sus deseos más íntimos. Ana le contó sobre su difícil relación con su ex pareja y su miedo a volver a enamorarse. Juan se sinceró acerca de su timidez y su atracción hacia ella.

La tensión en el ambiente aumentaba, y ambos sentían la atracción mutua creciendo en cada palabra, en cada mirada. La luz de la luna entraba por la ventana, bañando la habitación en un resplandor plateado que hacía todo aún más mágico. (Lo siguiente es para mayores de 13 años).


De repente, Ana se acercó y besó a Juan con pasión. Él, sorprendido al principio, correspondió al beso con igual intensidad. Sus manos comenzaron a explorar el cuerpo del otro, sintiendo la electricidad de cada caricia, de cada roce.

Juan deslizó sus dedos por el cabello de Ana, bajando por su cuello y sus hombros, sintiendo la suavidad de su piel. Ana se estremeció y dejó escapar un suspiro de placer, animándolo a continuar.

Continuaron besándose, dejándose llevar por la pasión y el deseo, mientras se despojaban lentamente de sus pijamas. Sus cuerpos desnudos se encontraron, piel con piel, y un escalofrío de excitación recorrió a ambos. Juan acarició el cuerpo de Ana, explorando sus curvas y sus secretos, mientras ella dejaba escapar susurros de placer. 
Guiados por la pasión y el deseo, se enredaron en un abrazo cálido y ardiente. 

Juan besó el cuello de Ana, dejando un rastro de besos que descendían por su pecho hasta sus pezones, que se endurecían bajo el roce de sus labios. Ana arqueó la espalda y gimió suavemente, lo que incitó aún más a Juan. Ana tomó la iniciativa y, con movimientos lentos y sensuales, se colocó encima de Juan, mirándolo directamente a los ojos. Él, con las manos en su cintura, la guio en su danza de amor. 
El ritmo de sus cuerpos aumentaba, al igual que la intensidad de sus gemidos y suspiros. Se entregaron el uno al otro, compartiendo sus almas y sus cuerpos, en una noche que parecía detener el tiempo. El amor y la pasión los envolvieron, fundiéndolos en un solo ser, en una conexión más profunda de lo que jamás habían experimentado. 
Después de alcanzar el clímax, se desplomaron juntos en la cama, exhaustos pero satisfechos. Se miraron a los ojos, sonriendo y compartiendo la intimidad del momento, mientras la luz de la luna seguía iluminando la habitación. 

La vecina del quinto ya no era solo un sueño inalcanzable para Juan; ahora era Ana, la mujer con la que había compartido una noche mágica e inolvidable. Y aunque no sabían qué les depararía el futuro, esa noche se habían encontrado el uno al otro en la oscuridad y, juntos, habían creado su propia luz.

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